Baggio, la grandeza incomprendida
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Baggio, la grandeza incomprendida

El ‘Divino Codino’ era un futbolista superlativo, cuya carrera siempre dejó la sensación de que podría haber sido más de lo que fue. Referente en un fútbol que arrinconaba a jugadores como él, Baggio marcó una época en Italia y en la selección ‘azzurra’.

13 abr 2014


 

Juan Castelblanque

El Divino Codino, como se le conocía en Italia por su famosa coleta, fue un jugador superlativo. Dominador del fútbol transalpino y europeo durante gran parte de las 80 y 90, a Roberto Baggio sólo los 11 metros que separan el punto de penalti de la portería le impidieron alcanzar la gloria suprema.

 

No era un nueve, pero tampoco un diez clásico. Es un “nueve y medio”, señaló en su momento Michel Platini. Sin embargo supo hacerse un hueco en un fútbol que arrinconaba a jugadores como él. De una clase extraordinaria, tuvo que hacer gala de un esfuerzo y coraje encomiable por culpa de las lesiones. No era alto ni corpulento, ni fuerte en un país en el que primaba lo físico, pero en sus pies y su cabeza había magia, una magia que le permitió sobrevolar por encima de todos los demás.

 

Natural de Caldogno, pequeña localidad del Véneto, sus primeros pasos futbolísticos los dio en las categorías inferiores del Lanerossi Vicenza, donde marcó 110 goles en 120 partidos, que le valieron debutar en el primer equipo con tan solo 15 años. Sin embargo, en el último encuentro de la temporada 1984/85, contra el Rimini, que entrenaba un todavía desconocido Arrigo Sacchi, sufrió una gravísima lesión en la rodilla derecha que le mantuvo en el dique seco durante un año y medio. Fue el primer capítulo de una larga travesía que cada cierto tiempo volvería a poner en peligro su carrera y que le provocarían una profunda crisis espiritual que le llevarían a convertirse al budismo.

 

Justo antes de su primera gran lesión había fichado por la Fiorentina, que lo esperó pacientemente durante los 18 meses de recuperación. Con el equipo viola Baggio debutó en la primera división y con él marco 30 goles en 94 encuentros repartidos en cinco temporadas antes de firmar por la Juventus. El traspaso a la Vechia Signora por 10 millones de euros fue una afrenta para su antigua afición que llegó a protagonizar disturbios en Florencia. Pero Roberto Baggio nunca olvidaría el gesto que la Fiorentina había tenido con él cuando llegó lesionado. Así en el primer partido en el que se tuvo que enfrentar contra su antigua escuadra se negó a tirar un penalti antes de ir a saludar a sus antiguos tifosi.

 

En la Juventus ganó la liga, la Copa de Italia y la Copa de la Uefa. En Turín es cuando se produjo su explosión definitiva y se consagró como uno de los grandes, ganando en 1993 el Balón de Oro. Pero tras la desilusión del Mundial de Estados Unidos y tras marcar un golazo al Padua, Baggio volvió a lesionarse. Cinco meses parado en los que eclosionó un jovencísimo Alessandro Del Piero.

 

Contra la voluntad de la afición bianconera, Baggio fue traspasado al Milan donde coincidió con George Weah y Dejan Savicevic y se llevó su segundo scudetto consecutivo. Sin embargo en la escuadra rossonerra las lesiones y la cultura futbolística italiana fue más fuerte que su trato con el balón. Así, al comienzo de la temporada 1996-97 Óscar Washington Tabárez le dijo que en el fútbol moderno “ya no hay sitio para los poetas” cuando Baggio le pidió jugar más.

 

La temporada siguiente jugó para el Bolonia, lo que se convirtió en un auténtico regalo para sus aficionados que no se creían tener a un jugador como el Divino Codino en sus filas. Fue sólo un año porque los 23 goles que marcó con los rossoblu hicieron que el entonces presidente del Inter de Milán, Massimo Moratti, quisiera juntarle con el recién fichado Ronaldo Luiz Nazario da Lima, para formar una delantera de auténtico lujo compuesta por dos balones de oro. El equipo se quedó a las puertas de ganar el Scudetto por culpa de los errores arbitrales que beneficiaron a la Juventus. Durante su etapa neroazzurra Baggio siguió dando muestras de su innegable calidad, aunque tal vez debería haber jugado menos para rendir más dada su edad. 

 

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